¡SOY CRISTIANO PERO SIGO PECANDO!
Paradójicamente aquellos que son nuevos conversos se encuentran con la sorpresa de que siguen siendo tentados y que en algunos casos seden a esas tentaciones. Muchos de ellos tal vez al convertirse pensaban que escaparían de sus batallas mentales, escapar de la conciencia acusadora o del diablo.
Es posible que hallamos tomado la decisión de seguir a Cristo por el temor de ir a pasar una eternidad en el infierno, en condenación perpetua y que pensemos que la única manera de evitar ese castigo es manteniendo nuestras vidas pulcras, limpias y sin manchas causadas por el pecado.
Aquí se halla el conflicto en el nuevo cristiano, le asalta la duda de la salvación eterna porque no es capaz de mantenerse sin cometer errores, y se da cuenta que cualquier esfuerzo natural no le asegura el estado de “santidad” que quiere logar.
Pero le tengo una noticia herman@, ser cristian@ no le garantiza la inmunidad al pecado, jamás un ser humano mientras esté en esta tierra podrá decir que nunca peca (Eclesiastés 7:20). Las iglesias a las cuales el apóstol Pablo escribió estaban llenas de pecados condenables, pero para eso mismo él les escribía, recordándoles el amor inmerecido de Dios hacia el hombre, su obra salvadora en la cruz, que aun siendo nosotros pecadores Cristo murió por nuestros pecados.
Quien entiende el significado de la gracia de Dios para salvación, valora el sacrificio de Cristo en la cruz, y obedece a sus mandamientos por amor a quien le amo primero. Ese reconocimiento nos lleva a hacer el bien, a no dejarnos llevar por los deseos engañosos de la carne.
El apocalipsis de Juan dirige exhortaciones a las iglesias para que mejoren su conducta; pero aun así Cristo no deja de llamarlas iglesias, y el apóstol Pablo no deja de llamar a los miembros de las iglesias santos.
Esto quiere decir que es normal que el nuevo cristiano siga cometiendo errores o pecando pero con una nuevo perspectiva respecto a ello.
Existen diferencias entre el no creyente y el cristiano, una de ellas es la practica constante del pecado por parte del incrédulo, quien al ceder a la tentación queda atrapado en la práctica del pecado, teniendo satisfacción en este. El verdadero creyente en Cristo, que ha nacido de nuevo, siente dolor al fallar, pecar le duele en extremo y vive en constante arrepentimiento, buscando la manera de no cometer el mismo error.
Otra de las diferencias que existen entre el convertido a Cristo y el inconversos es el estado de la conciencia. El creyente conserva una limpia conciencia a pesar de que en pocas ocasiones peca, pero es consciente de que Cristo es su abogado y lo justifica ante el Padre. La conciencia del pecador no arrepentido se encuentra cauterizada, sin sentir remordimiento alguno cuando peca, se deja llevar por sus deseos carnales como una nave se deja cargar por el mar sin timón que le guie.
No pensemos que ser Cristianos es sinónimo de que no volveremos a pecar, tendremos fallas, cometeremos errores, pero eso no será problema en nuestra ruta a la salvación eterna, mientras nos levantemos en Jesús y aprendamos la lección de nuestra caída.
Aquellos que están afligidos porque son Cristianos pero siguen pecado, deben tener claro que la santificación es un proceso que lleva acabo la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, y solo el da convencimiento de pecado, de justicia y de juicio; y antes que nada, al pecar, no debemos sentirnos agobiados, destruidos o creer que hemos perdido la guerra; más bien debemos aprender de nuestros errores que Jesús es el único ser perfecto, conoce nuestras debilidades y nos ayuda a enfrentar la vida; mientras Satanás nos acusa, Cristo está abogando por nosotros ante el trono de justicia.
Tengamos en cuenta que el Señor través de su Espíritu nos dará el crecimiento espiritual, es decir la madurez que necesitamos para no seguir cayendo repetidas veces en la tentación, y sigamos la carrera hacia la salvación eterna viviendo en triunfo sobre el pecado, así como también nuestro Señor Jesús venció.